segunda-feira, 20 de outubro de 2008

El contexto político

De abril al 15 de junio de 1977 se vivió la fiesta de la libertad. Una explosión de color y de júbilo recorrió las calles de Madrid, la campaña electoral de las primeras elecciones democráticas fueron una auténtica fiesta, los madrileños acudieron masivamente a los mítines de los distintos partidos políticos, los estadios de fútbol, la plaza de toros, la Casa de Campo fueron una constante celebración de la democracia y la libertad. El 1 de mayo fue una explosión de júbilo, desde 1938 no se había podido celebrar en libertad; las largas colas para votar el 15 de junio fueron la mayor expresión en favor de la democracia con la que se saldó el fin de la dictadura.

Madrid vivió un estado de agitación permanente, las manifestaciones por la libertad y la amnistía ocuparon los espacios simbólicos del triángulo formado por la Castellana, Gran Vía y Princesa. El 9 de mayo de 1976 se celebró en la Universidad Autónoma el Festival de los Pueblos Ibéricos, que concentró a miles de personas a favor de la libertad. Fue en esto panorama político español que surgió la “Movida Madrileña”.

La Movida fue un movimiento contracultural surgido durante los primeros años de la Transición de la España post-franquista, teniendo su cima en 1981 con "El Concierto de Primavera" y que se prolongó hasta finales de los años ochenta.

Nacido en Madrid, el movimiento se extendió miméticamente a otras capitales españolas, con la connivencia y aliento de algunos políticos, principalmente socialistas, entre los que destacarían el entonces alcalde de Madrid, Enrique Tierno Galván1, que había estudiado profundamente desde un punto de vista sociológico la cultura marginal juvenil (véanse los ensayos contenidos en su obra El miedo a la razón). El apoyo político a esta cultura alternativa pretendía mostrar un punto de inflexión entre la sociedad franquista y la nueva sociedad de la democracia; esta imagen de una España "moderna", o cuanto menos abierta a la modernidad, sería utilizada internacionalmente para combatir la imagen peyorativa que el país había adquirido a lo largo de cuatro décadas de dictadura. No obstante, y a pesar de este movimiento contracultural, gran cantidad de las estructuras sociales y económicas del país eran heredadas del antiguo régimen.

El carácter ambiguo de la transición a la democracia ha dejado ocultos muchos de los efectos --y responsabilidades-- de la represión cultural. Esto no sólo ha llevado a mistificaciones y a la aparición de “falsos héroes” y “falsos valores”, sino que tampoco se suele reconocer el daño cultural causado por el franquismo. Tal era la envergadura del control franquista, que sin tomarlo en cuenta resultaría difícil de comprender el desarrollo de los diferentes movimientos de oposición democrática y, por ello, aspectos importantes de España.

Todas las verbenas terminan de madrugada, pero la que se había prolongado hasta el año 85 sólo pudo acabar con el descreimiento de muchos de sus protagonistas. Al recoger los bártulos, políticos y artistas metidos en el meollo decidieron que aquello no había existido nunca. Hoy la reivindicación de la movida madrileña es un hecho que vuelve a evocarse en los cenáculos culturales con la misma euforia con que en el periodo postmovida se había renegado de cualquier definición aclaratoria sobre los acontecimientos. La cuestión determina el desfase ideológico entre un momento y otro. Entre 1985 y 1986 terminan muchas cosas. La revista La Luna de Madrid sufre un relevo en su equipo directivo con el consecuente giro de orientación periodística, las discográficas independientes se hallan inmersas en una crisis estructural, el apoyo político deja de funcionar, la capitalidad cultural de Madrid se convierte en un espejismo y el programa La Edad de Oro finaliza su emisión después de dos años demostrando al auditorio, al ciudadano, que era posible hacer una televisión cultural de calidad, conectada con las corrientes musicales y artísticas internacionales.

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